Techos que saben volar: Marcelo Villafañe (1ra parte)
“Roofs that know how to flight: Marcelo Villafañe”, en WANG, Wilfred (Ed.). O’Neil Ford Duograph Series, Volume 3: Argentina Altamira Building, Florencia Raigal House, UT Austin: Wasmuth Tübingen, 2010, 77–82
“Techos que saben volar: La obra de Marcelo Villafañe”, en Modos del Proyecto (01-Imaginación Técnica), Revista de la Universidad Abierta Interamericana, Buenos Aires, Invierno, 2011, 24–29
Marcelo Villafañe pinta y juega al fútbol. Esto es importante, porque con Marcelo (el negro Villa, el negro, o simplemente Villa), se hace difícil separar al personaje de la obra. Es necesario introducir algunos datos biográficos para contextualizar la producción reciente de sus techos desarmados al viento pampero.
Inicios
Villafañe es primero pintor premiado en salones nacionales y luego arquitecto. Su formación plástica la inicia, a finales de los años 60, bajo la tutela del maestro rosarino Julio Vanzo, con un método de aprendizaje poco ortodoxo. Marcelo pasará horas revisando la biblioteca del maestro, mirando, absorbiendo. Luego, ya en su estudio, pintará. Sus primeras obras demuestran un expresionismo con figuración clara, son cuadros poblados de personajes populares, marginales.
Otra figura rodea la formación plástica de Villafañe: Lucio Fontana. Una presencia constante en el estudio de Vanzo, a través del busto de su perfil esculpido por el maestro italo-rosarino. La fascinación por la potencia vital del arte intuitivo, primordial de Fontana, el compromiso de la amistad sin fronteras entre estos dos grandes hombres, son marcas fundacionales en Villafañe.
Marcelo forma parte de la tumultuosa historia de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Rosario de principio de los años 70. El arte sin pinceles, la arquitectura derramada en sociología y la acción política, la facultad sin separación entre docentes y alumnos, un colectivo revolucionario. En medio de este torbellino, una figura de resistencia de la disciplina arquitectónica, Augusto Pantarotto, marca como profesor el ultimo año de carrera de Villafañe. Esto y el descubrimiento de una figura extraña: Jorge Scrimaglio.
Villafañe elige a su maestro. A la distancia, pero minuciosamente, seguirá toda obra en construcción de Scrimaglio. La de ellos no es una relación personal, ni siquiera profesional. Es una relación de admiración, guiada por la fascinación de una figura difícil de descifrar, el seguimiento de un misterio que no termina de develarse aun después de 30 años, un suspenso intelectual tenso y sin resolución. De Scrimaglio, Villafañe toma un respeto hacia las prácticas constructivas populares, que se entramarán en proposiciones de disciplina arquitectónica con inclaudicable vocación abstracta.
A mediados de los 70, Marcelo Villafañe encuentra refugio en Buenos Aires en las estructuras temporales del arquitecto Julio Bruguera. La comprensión de la libertad creativa y espacial que puede encontrarse en el compromiso lúdico dentro de un sistema geométrico y tectónico sistemático es otro de los momentos fundacionales que encontraran una síntesis final en la obra reciente.
Etapas
Villafañe desarrolla su obra en series. Los problemas se trabajan de obra a obra, y es el conjunto lo que da perspectiva, posibilidad de enunciar particulares, refinar, producir variaciones dentro del conjunto. A veces los temas terminan, o pierden intensidad, y los ciclos se cierran.
En su práctica arquitectónica, luego de una etapa inicial basada en la diferenciación material de volúmenes claramente articulados en combinaciones contra-intuitivas, Marcelo Villafañe inicia una etapa de maduración intermedia: su período de casa blancas.
La Casa Seoane de 1990 marca el punto cúlmine de esta exploración de rigor geométrico elemental y compromiso urbano explícito. Aquí, el denso entramado ortogonal de nuestros centros de manzana es sublimado en la extensión en altura de algunos muros, mas allá de lo razonable o necesario. Muros libres que al jugar al sol contra el cielo azul crean medianeras ilusorias y llaman, en juego perspectívico, a aquellas reales y lejanas. De esta forma la casa se apropia de estos otros muros: con su multiplicación al absurdo de las medianeras rosarinas, esta casa llama a las otras a un juego más libre, más conceptual.
En esta etapa de arquitecturas restringidas, Marcelo Villafañe pinta y expone. Mientras el Villafañe pintor explora geometrías expresionistas y expansivas, el Villafañe arquitecto controla con rigor estas piezas urbanas entramadas con respeto y disciplina en la realidad de centro rosarino.
Caos Sistemático
Villafañe necesita organizarse. Lo hace generando métodos que aparentemente organizan, sobre los cuales experimenta lúdicamente.
Desde hace unos años, hay un proyecto paralelo perseguido sin prisa pero con gran intensidad por Villafañe, un proyecto personal de reinterpretación de temas y estrategias. En estos últimos diez años, en forma oportunista, Villafañe ha utilizado momentos de cualquier proyecto, para insertar variaciones de su exploración material experimental sobre placas de madera fenólica.
Un sistema tectónico basado en la repetición, acumulación y separación modular donde la operación de rotación de las tiras de material es a su vez su inversión conceptual: se muestran las capas interiores del fenólico, multiplicando exponencialmente la textura de corte. Es la luz natural, la que filtrándose por los espacios intersticiales o deteniéndose en zonas macizas, activará la multiplicidad de líneas y texturas del material. Este sistema tectónico ha sido explorado para formalizar losas, pantallas, tabiques, puertas, mamparas, mesas; y ha dado lugar a una serie que reclama una identidad propia: las escaleras.
Las hay macizas, aéreas, colgantes, apoyadas, con ayuda metálica visible u oculta, oscuras, claras. En estas escaleras, el material rota en fricción y crea juegos visuales de inestabilidad aparente.
Villafañe establece sistemas lógico-materiales que funcionan a construcción pura: son máquinas arquitectónicas que establecen un territorio de exploración. La proliferación del módulo configura constructivamente una trama, un sistema espacial abstracto y claramente tectónico a la vez. Esta pulsión lúdica de exploración extiende hasta el limite lógico la operación sobre el material: por medio de una abstracción constructiva procedimental se llega a una máquina expresiva pura. Villafañe es un Scrimaglio que sonríe mientras juega.
Paradójicamente, fueron estas experimentaciones tectónicas sistemáticas las que abrieron la puerta a sus indagaciones de planta desarmada y techos fluyentes.
(continuará)