Recuperar el Carcarañá
Atypica, Revista de Cultura, Diseño y Tendencias (42): 12–14, Rosario, 2012.

El fin del mundo siempre pasa en las películas Yanquis. Lo que se destruye es casi siempre Nueva York, a veces hace mucho ya, la antorcha de la estatua de la libertad asomando en una playa desierta. Cuando la película es pos-apocalíptica, los sobrevivientes deambulan a pie o en extraños vehículos por desérticos paisajes de lo que antes fue el vergel verde del midwest. No hay ninguna peli del fin del mundo sudaca. Como será? Deambularán los sobrevivientes por una pampa post-glifosato entregada al sorgo de alepo? Caminarán por profundos cañadones de tierra árida de lo que antes fue el glorioso Paraná, ya seco o finalmente detenido en el ultimo bastión de la civilización universal: las planicies altas del Brasil, meca a la que se dirigen los sobrevivientes para franquear los imposibles muros fortaleza que detienen las aguas? Quién será nuestro Denzel Washington? Nuestro Viggo Mortenssen?
No exageremos. El final no será tan apocalíptico ni cinematográfico. Ya lo dijo el poeta, el mundo no se terminará con una explosión, sino con un suspiro. Será a cámara lenta. Gota a gota y polvo a polvo. En realidad ya hemos comenzado (aunque queda bastante por arruinar).
No miremos tan lejos. Por casa como andamos? Rosarinos: ciudadanos de la capital mundial de la soja transgénica, que no entienden de Round-Up, cuando despierten no habrá más Pampa, ni Río Carcarañá! La Pampa es uno de los pocos ecosistemas en peligro de extinción en el mundo! Miren que era grande la pampa.
Déjenme contarles una historia: Contrario a la percepción del conquistador español y el colono europeo, la pampa no era plana ni estaba vacía. Las imperceptibles variaciones topográficas permitían la aparición de micro climas y ecologías, integrales a las complejas interacciones entre asentamiento humano y medio ambiente. El colonizador arribó a estas tierras sin el necesario entrenamiento emocional para absorber la vastedad del paisaje. Se perdió en un mar verde y lo llamó desierto. Irrumpiendo en este vacío percibido, cañadas y ríos escondidos sorprendían al viajero y guiaban al poblador. La propiedad rural y los caminos reales se trazaban siguiendo su curso, las líneas de defensa contra el indio se aseguraban gracias a ellos, las batallas de nuestras guerras internas se pelearon en sus márgenes y llevan sus nombres. Sin embargo, hoy podemos atravesar toda la región sin notarlos.
Hoy creemos que nuestro único río es el Paraná. Que la pampa está seca. A donde creemos que va el agua de lluvia que cae en Arequito? Va al Carcarañá, sus 240 kilómetros recorriendo nuestras pampas onduladas. En su desembocadura, en 1527, Sebastián Gaboto fundó Sancti Spiritu, el primer poblado español en la tierra que hoy es Argentina.
Nuestros ríos pamperos son invisibles al ojo del viajero, porque están tallados hacia adentro y para abajo, con cañones por momentos de hasta casi 10 metros, al fondo de nuestros sutiles valles de la pampa ondulada. Son nuestros ríos ocultos. Cuando llegamos a ellos, indefectiblemente por caminos de tierra olvidados, nos sorprenden con su paisaje mágico, brillando plateados al sol, protegiéndonos de los vientos y el horizonte.
La larga historia de ignorancia a la que han sido sometidos estos ríos olvidados comienza con las vías del ferrocarril. Las empresas privadas que las construyeron tenían la concesión de kilómetros de tierra a cada lado del trazado, el ingeniero buscó los puntos altos y secos, a distancias considerables de estos ríos bajos, de caudal caprichoso e inundador. Nuestros pueblos y subdivisiones rurales fueron trazados siguiendo la lógica económica extractiva del ferrocarril, buscando lineas rectas hacia los puertos mayores. Reforzada luego por caminos y autopistas, atravesamos hoy el territorio desconectados de sus realidades topográficas, hidrológicas y ecológicas. Oscurecidos por 150 años de industrialización, la reinvención cultural y ecológica de estos ríos ocultos nos ayudará a entender los desafíos que enfrenta nuestra pampa: erosión, degradación de suelos, desertificación y contaminación de aguas debido a insecticidas y fertilizantes.
Si queremos encontrar un balance entre los procesos industriales de la agricultura bio-ingenierizada y el medio ambiente que los sostiene, tendremos que ser capaces de restaurar a estos ríos sus funciones ecológicas. Esta es la clave para el desarrollo sustentable de nuestra región.
Y si no, que Denzel nos lleve a donde estén guardados los últimos libros.
Juan Manuel Rois, 2012