Prácticas Emergentes (2a parte)
Revista PLOT Arquitectura (10): 112–115, Argentina, Diciembre, 2012
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En eso estábamos cuando llegamos al eje cronológico de nuestro relato. El 2001 es una bisagra que todavía no hemos procesado cabalmente, nuestra realidad política lo atestigua. Pero es claro que los procesos pre-2001 son muy distintos a los post-2001. La ambición de la segunda mitad de este texto es de éxito improbable: delinear los trazos de nuestro presente, sumergirse en el espacio hasta el segundo borde de nuestra generación. Quienes son los más jóvenes entre nosotros? Acaso ellos ya son otros? Desde este presente de atraso cambiario es difícil recordar que en los años post-devaluación el dólar estuvo muy caro y el mundo quedaba lejos. Este proceso traumático tuvo un corolario interesante, la revisión de nuestra pretendida diferencia respecto de lo latinoamericano. Dejando de lado a las arquitecturas cada vez más ligeras y ostentosas de un primer mundo desquiciado en burbujas inmobiliarias, los arquitectos jóvenes rosarinos descubrimos arquitecturas cercanas llenas de imaginación material y realidad tectónica. Desde el Paraguay, Solano Benítez y Javier Corvalán; desde Chile, Smiljan Radic y Alejandro Aravena, desde Brasil, Angelo Bucci. Todos ellos, salvo Radic, han visitado Rosario más de una vez y nos han enseñado las oportunidades de experimentación de las estrategias estéticas que transforman lo aparentemente regresivo (lo popular, lo rural, lo arcaico), en material para producir diferenciación e identidad contemporánea.
Al mismo tiempo, gracias a las nuevas condiciones macro-económicas y debido al desprestigio de las entidades bancarias por un lado y por el otro al gran valor de exportación de la producción agrícola de la región, Rosario se vio inundada de inversiones inmobiliarias. Esto trajo aparejado un paradójico achicamiento de los horizontes culturales para la arquitectura local. Los graduados recientes no pensaban en pasantías o en posgrados en el exterior, si no en fideicomisos que permitieran construir la primer obra.
Lamentablemente esta búsqueda de nuevas oportunidades de inversión no trajo aparejada nuevos programas, nuevas tipologías o nuevas formas de vida urbana. Por el contrario, el medio de inversión mas abusado fue, y sigue siendo, el edificio entre medianeras que explota las posibilidades del lote y el código hasta el extremo, en ahorros espaciales y materiales de dudoso valor y nula generosidad cívica. En paralelo a este proceso de mediana escala, la aparición repentina de capitales concentrados ha creado un nuevo modelo de construcción de ciudad, la transformación de grandes parcelas post-industriales con ubicaciones estratégicas en sectores residenciales de alta gama, bajo control del mismo grupo inversor y único proyectista, en consonancia con nuevas reglas de inversión publico-privada. La participación como colaborador en los grandes equipos de proyecto encargados de estos desarrollos fue una realidad profesional nueva para el medio y una perspectiva razonable para un arquitecto joven.
Comprimido entre la práctica aventurera en búsqueda del fideicomiso salvador o el trabajo a sueldo básico en estudios profesionales a cargo de grandes emprendimientos, la práctica del arquitecto joven se ve expulsada también geográficamente. Los encargos de vivienda unifamiliar, base de la práctica local, se van cada vez más lejos de la ciudad, en barrios privados o en grandes loteos abiertos. Desde un punto de vista optimista, este proceso ha recuperado la idea de paisaje y colocado al horizonte de la pampa como nuevo locus conceptual de la arquitectura local. Pero esto se ha dado en contadas ocasiones. El común denominador son ejes claramente sectorizados por grupo social: a medida que nos alejamos del área central, empezando por barrios de alta calidad paisajística e infraestructural, los loteos pierden “exclusividad” y “amenities” a medida que nos alejamos, hasta llegar a loteos de parcelas mínimas y gran densidad de uso de suelo que generarán barrios alejados de cualquier infraestructura social e identidad urbana. Medianeras en medio de la nada.
Una paradoja más es la falta de programas públicos en la práctica de los estudios jóvenes, precisamente en el momento en que tanto la provincia de Santa Fe como la ciudad de Rosario son admirados nacional e internacionalmente por su política de infraestructura e inversión publica. Dos procesos paralelos explican esta paradoja. Por un lado el crecimiento de la planta permanente de profesionales en las entidades públicas, tanto a nivel de secretarias municipales como de ministerios provinciales y por el otro el descreimiento de los efectores públicos en la efectividad y economía de los concursos profesionales de proyecto arquitectónico, han creado las condiciones para que todas las instancias de planeamiento, proyecto y construcción de obra pública se concentren en las reparticiones oficiales. A los arquitectos jóvenes se nos pone contra la pared: la única forma de practicar la responsabilidad social de la arquitectura es convirtiéndonos en empleados o funcionarios. Mientras en la facultad demoramos nuestro tiempo proyectando hospitales y escuelas; una vez recibidos, nos vemos limitados a diseñar casas unifamiliares en barrios de la periferia urbana. Esta no es forma de desarrollar una disciplina, sin práctica no hay maestro. La tormenta perfecta ocurre ahora que las reparticiones públicas se han quedado sin fondos para continuar la obras emprendidas.
Mientras todos estos procesos siguen su curso, los actores individuales mantienen prácticas profesionales independientes sin apoyo de sistemas de becas o concursos de arquitectura para jóvenes. Desde esta intemperie, algunos se preocupan no sólo por la obra individual sino por la construcción de una trayectoria. Es decir, por el desarrollo de ideas y persecución de problemas a través de múltiples obras en el transcurso del tiempo. Una ética de resistencia casi utópica cuando el día a día se va en mantener un estudio profesional con obras de pequeña escala. Es gracias a la publicación de sus obras en medios nacionales y extranjeros y gracias a premios y presentaciones en Bienales internacionales que esta generación ha sabido llamar la atención del medio local.
Un signo de las presiones a las que se ve sometido el arquitecto joven es la fragmentación de las prácticas. No hay hoy una conciencia clara de generación, mas allá de afinidades personales que podamos tener entre nosotros. No hay un reconocimiento de problemas compartidos.
Una vez reconocidos estos problemas, podremos accionar en conjunto.
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Unas últimas precisiones parecen indicarnos que llegamos ya a otro borde, aquel en que aparecen los otros, los más jóvenes que uno. Observo un sano colectivismo en algunas prácticas emergentes. Contrario al marcado individualismo de nuestra generación, veo en esta nueva camada una generosidad que comparte ideas y celebra éxitos. Influencia de las redes sociales, las plataformas digitales de intercambio de información permiten un acercamiento y fluidez en los contactos que potencia la acción colectiva.
Otro signo de época es la búsqueda de influencias, no ya dictadas por los medios de difusión, sino activamente generadas y compartidas. Nunca estuvo tan cerca de nosotros la arquitectura latinoamericana y la de pequeña escala de todo el globo. El retorno de algunos emigrados, algunos por temporadas, otros en forma definitiva, ha permitido establecer nuevas redes. Los contactos esta vez son académicos, con nuevas estructuras de intercambio que permitirán reforzar la actitud de apertura con talleres, viajes e investigaciones compartidas.
Cerrando el círculo, regresemos a la Facultad donde ahora ya somos profesores. Ha resurgido con fuerza el debate y esta vez es generado por los alumnos. Frente a una institución cada vez mas inercial y pesada, los alumnos se nuclean para organizar congresos internacionales. Una sana competencia entre agrupaciones estudiantiles regala semanas de intensa actividad. No sé si sean estos los signos del final, estaremos tal vez habitando el margen donde una generación da paso lentamente a otra? No sucede esto todos los días?
91–01–11
Seremos capaces de construir un proyecto colectivo si entendemos primero que una generación no es una homogeneidad, si entendemos que una generación es la aceptación del diálogo: distintas maneras de hablar y pensar sobre lo mismo. Los arquitectos jóvenes practican sus primeras arquitecturas en un trabajo de enriquecimiento mutuo, mirándose unos a otros, observando técnicas, mecanismos y estrategias. Esto es lo que hace la gente que comparte un oficio. Más aun, cuando uno se acepta parte de una generación, uno toma lo que comparte y lo que no, repitiendo o transformando, siempre en dialogo y en fricción con y contra el trabajo del otro. Así se construye una disciplina.
Cuando la búsqueda madura, se arriba a un momento en el que las articulaciones formales, estructurales y espaciales se generalizan: esto es lo que llamamos escuela. La voluntad de una generación posibilita la gestación de una escuela.
Juan Manuel Rois, 2012.