Prácticas Emergentes (1a parte)

Juan Manuel Rois
4 min readJun 28, 2021

Revista PLOT Arquitectura (10): 112–115, Argentina, Diciembre, 2012

Es difícil acotar los márgenes de una generación, los bordes son borrosos. En la continuidad de una tradición local tan marcada como la rosarina, las influencias desdibujan las diferencias. Es más difícil aún si lo que uno pretende es hacer una crónica del presente. Siendo parte, sin distancia crítica, desde el centro no vemos claramente los márgenes. Para ayudarnos, nos situamos entendiendo que una generación es un grupo que comparte los mismos problemas. Así empezamos a distinguir los problemas particularmente nuestros, diferenciados de los anteriores. Para el recorte propuesto por esta publicación, tomaré Diciembre del 2001 como punto de inflexión, eje cronológico de esta fotografía particular. Las obras publicadas en este número han sido producidas por arquitectos formados en los últimos años de una recesión económica que acotaba las posibilidades de producción de manera asfixiante y que empezaron a producir arquitectura bajo los signos de una recuperación post-devaluación, marcada por la inversión inmobiliaria y replanteos de códigos urbanos tendientes a capitalizar ese auge.

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A mediados de la década del noventa, la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario, nuestra facultad, vivía un momento intenso. Era el punto de máxima concentración y maduración de un proyecto puesto en marcha en el cambio de plan de estudios del retorno democrático -bajo la marca de la Tendenza Italiana. Las cátedras formaban sus primeras camadas con identidades demarcadas. Si bien el huracán posmoderno dejó su marca, el registro de época quedó signado al inicio de la carrera, concentrado en el ciclo básico de formación instrumental; en las materias que el plan llamó Análisis Proyectual. Por el contrario, las Cátedras de Proyecto Arquitectónico destilaron las influencias críticas gracias al pragmatismo de raíz moderna que era (y aún es) la verdadera tradición de la escuela. El alumno del ciclo superior podía elegir cátedras que seguían un gradiente que iba desde un racionalismo tipológico derivado de la Escuelita Porteña con el partido como diagrama operativo; pasaba por un funcionalismo esencialista derivado de los sistemas abiertos con el módulo como base de procedimiento; y terminaba con un expresionismo formal derivado de una primer lectura de la deconstrucción, con la cita posmoderna como lógica de exploración. Este ecosistema institucional era un universo auto-referencial y complaciente, con exclusiones notorias.

El signo que marca el primer borde de nuestra generación fue el empezar a mirar por fuera de estos discursos hegemónicos. Las publicaciones extranjeras que estaban a nuestro alcance demostraban que existían otras arquitecturas; enigmáticas, sensuales, deseadas. Las bases para nuestra crítica intuitiva las encontramos en otro modelo de práctica profesional local, representado por las figuras emergentes de aquel entonces. El Grupo R fue fundado en 1992 por arquitectos jóvenes, entre ellos Gerardo Caballero, Rafael Iglesia y Marcelo Villafañe, con la intención de proponer nuevos discursos conceptuales a un medio disciplinar adormecido. Gracias a estas actividades, mi generación conoció los primeros proyectos construidos de estos arquitectos y soslayando el desinterés impostado de algunos profesores de la facultad hacia ellos, los miró como modelos a seguir desde un principio. Es más, iniciar el ejercicio profesional colaborando en sus estudios fue motor y marca inaugural para muchos. En sus años de actividad, el Grupo R organizó ciclos de conferencias fundacionales; invitados como Enric Miralles y Álvaro Siza consolidaron la influencia de la arquitectura contemporánea española y portuguesa; Pablo Beitía nos mostró su Museo Xul Solar; Juhani Pallashmaa nos dio una clase magistral sobre La Ventana Indiscreta. Fue en este nuevo panorama de impulsos y gracias a la publicación del Colegio de Arquitectos de Rosario, Revista 041, donde descubrimos la tradición local de la década del 50 y el trabajo de los maestros rosarinos Augusto Pantarotto y Jorge Scrimaglio; entendimos temas locales y obras que dialogaban entre sí. Nuestra interpretación de este intercambio intergeneracional de ideas define nuestra identidad como generación.

El medio profesional de aquel entonces se activaba en concursos que contaban con amplia participación de los colegiados. Como alumnos o graduados recientes participamos de ese momento lleno de optimismo transformador, nos sentíamos parte de un debate que, ligado a la recuperación del río y la descentralización democrática de la administración municipal, discutía, desde la secretaría de Planeamiento Urbano, el futuro de nuestra ciudad. Si bien estos concursos no han sido ampliamente publicados, los proyectos presentados (premiados o no), están grabados en la memoria colectiva de nuestra generación, participe activo de ese proceso. Dentro de este panorama de activación cultural, un grupo de estudios profesionales consolidados creó la Fundación Arquitectónica, que con apoyo financiero de empresas constructoras locales promovió una beca para graduados recientes de la universidad pública. En un sistema inédito para la ciudad, el concurso para jóvenes arquitectos permitía realizar pasantías en el extranjero en reconocidos estudios, entre ellos OMA, Jean Nouvel, Steven Holl, Rafael Vignoly, entre otros. Con la obligación de devolver la experiencia al retornar dando clases en la Facultad, estas experiencias retroalimentaban una ambición que ampliaba horizontes y perspectivas profesionales mas allá del medio local.

Este desarrollo se complementaba con la posibilidad de trabajar en el exterior. Para Rosario, Barcelona siempre estuvo más cerca que Buenos Aires. Con la figura de Mario Corea como centro receptor -arquitecto rosarino exiliado en Barcelona desde principios de los 70-, una larga lista de arquitectos locales ha pasado temporadas en la ciudad catalana. Es por esto que no es de extrañar la influencia de Albert Viaplana, Josep Llinás, Martinez-Lapeña y en especial el posicionamiento conceptual de Josep Quetglas en el panorama Rosarino. Nuestra generación no se ha diferenciado en esto y ha tenido a Barcelona como centro de una red historias, amistades y cruces; lo que nos diferenciará será el protagonismo que tomarán las escuelas norteamericanas como destino posible para estudios de post-grado. En un primer momento gracias a la paridad cambiaria y en un segundo momento como salida a un tiempo recesivo en lo económico, la posibilidad de realizar una maestría de posgrado en los Estados Unidos dejó de ser un anhelo lejano para pasar a ser un proyecto factible. Presentación a becas, diseño de portfolios, cartas de recomendación eran una realidad cotidiana. Las concepciones disciplinares de las escuelas del Este y el Oeste norte-americano empezaban a formar parte de nuestro capital intelectual.

(continúa)

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