Posmodernismo Posdigital (2a Parte)
(2016)

Neo-Posmodernismo
El autor de este texto formó parte (2006–2010) de la puesta en marcha en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Illinois en Chicago (UIC) de la pedagogía experimental bajo los lineamientos del director Robert Somol. Con un bagaje teórico de escritos polémicos (“Efecto Doppler”, “12 Razones para recuperar la figura”, “Puntos Verdes 101”) Somol reclamaba el poder proyectivo de la Arquitectura a través de gráficas sintéticas y expeditivas.
Llegado a una institución chica, con pocos recursos económicos disponibles, Somol toma decisiones estratégicas para posicionar a la escuela dentro del paisaje académico norteamericano: abandona toda pretensión de competir con las grandes escuelas, a las que deja luchen entre si por tener el robot más grande, usa su prestigio para atraer a jóvenes profesores (Jimenez Lai, Alexander Lehrener, Sean Lally, Sam Jacobs, sumados a los invitados casi permanentes Andrew Zago, Ron Witte, Sarah Witting y Silvia Lavin) y cambia la currícula de la escuela buscando en los archivos de la institución para re-imaginar su futuro.
Somol se conecta con el pasado polémico de UIC para desplazar la inercia profesionalista que desdibujaba las aristas más interesantes de su historia: el programa de Landscape Urbanism dirigido por Charles Waldheim a finales de los noventa; la exposición sobre lo que después será llamado Deconstructivismo a finales de los ochenta (con una joven Zaha Hadid en el equipo docente); el activismo político y conceptual de Alvin Boyarski en los sesenta antes de irse a dirigir por veinte años la Architectural Association en Londres. Somol sobrevuela esa historia y recupera un episodio anterior ya olvidado: los Chicago Seven, el grupo de choque del posmodernismo de Chicago.
El momento no podía ser más oportuno: al incipiente cansancio por la repetición infinita de lo paramétrico digital se asociaba la estrategia oportunista del low-tech y un cuerpo docente inspirado, interesado en gráficas sintéticas alternativas (atraídos por el buen momento del cómic contemporáneo de Chicago, con autores como Ivan Brunetti y Chris Ware). El resultado fue la aparición de nuevas estrategias gráficas que privilegiaban el color, la figuración, la frontalidad, las tramas gráficas y la axonometría. Sumado a un humor sin ironía y a una especulación programática narrativa llena de imaginación espacial, se re-imaginaba la tradición estructural del edificio en altura (la tipología por excelencia de Chicago) en cortes a gran escala impresos a toda extensión de pared expositiva explorando la figura, el poché, la curva, el fillet. Se robustecía el interés por los programas metropolitanos de asociación colectiva en espacialidades interiores socavadas en edificios públicos de planta profunda, donde programas diversos se rozaban en contraposiciones inesperadas para generar Urbanismos Interiores. Se trabajaba el proyecto paisajístico desde la artificialidad compleja de las ecologías sintéticas, buscando el signo pedagógico reconocible de la intervención ambiental, más allá del camuflaje naturalista. Y poco a poco empezó a aparecer el amarillo patito y el celeste chicle.
Aquella historia local de re-imaginación de una escuela con pocos recursos se ha convertido en un movimiento disciplinar internacional: el NeoPosmodernismo. Axonometrías de trazo claro, figuras rotundas y colores pasteles: podríamos estar hablando de cualquier perfil de cualquier estudiante de arquitectura, esto es lo que está “de moda” en las escuelas.
El problema surge cuando se desconoce el origen local de aquel movimiento original recuperado en UIC: el posmodernismo particular de Chicago, con su exponente estético en el joven Helmut Jahn y con su polemista de acero, Stanley Tigerman. En aquel entonces, mediados del sesenta, estos arquitectos jóvenes libraban una pelea contra los herederos locales de Mies van der Rohe, en una batalla entre la nueva escuela pública recientemente creada (UIC) contra la vieja escuela privada y elitista (IIT) y la corporación arquitectónica moderna local. Y aquellos jóvenes de ayer ganaron. UIC propuso la pedagogía y los posmodernos locales conquistaron la corporación (SOM, HOK) que, dudando de si misma, renegó de lo Moderno para tener en los ochenta su década perdida (un pésimo posmodernismo contextualista, reflejado mejor que nadie por un joven Adrian Smith).
Esta vuelta triunfal del Posmodernismo de Chicago asusta por lo descontextualizado. En aquel entonces Colin Rowe, hablando de los Five (posmodernos de Nueva York liderados por Richard Meirer), avisaba que al cruzar el océano para llegar a América, el Modernismo Europeo había perdido su ideología por el camino: a Estados Unidos llegó sólo como un estilo formal, dispuesto con vocación profesional para servir al cliente corporativo. Hace cuarenta años, los que en Chicago inventaban el “Posmodernismo” sabían contra quién peleaban (el modernismo corporativo). Incluso su recuperación local, treinta años después, por parte de Somol perseguía también un objetivo claro (ganarle tanto al último coletazo de lo indéxico-critico, el pretendido cientificismo de lo paramétrico como al corporativismo profesionalista).
El triunfo global del Neo-Posmodernismo olvida demasiados contextos culturales. Podemos decir, parafraseando a Rowe, que al cruzar el Lago Michigan, el Neo-Posmodernismo perdió su ideología; a Harvard llegó sólo como dibujitos simpáticos en tiernos y coloridos posteos de Instagram.
(continúa)