Nueva Arquitectura en Rosario (1a parte)
ARQUINE Revista Internacional de Arquitectura y Diseño (56): 26–28, México, Verano 2011
La identidad de la arquitectura Rosarina es el resultado de un intercambio intergeneracional de ideas a través de obras que dialogan entre sí. La conformación de esta identidad no ha sido un desarrollo uniforme; algunos momentos históricos crearon condiciones para la innovación y otros para la institucionalización. En los momentos de cambio, soluciones del pasado son resueltas con nuevas intenciones, para convertirse luego en normas de pensamiento compartidas. Para desarrollar una introducción de la Escuela Rosarina, dos momentos y algunas obras paradigmáticas.
Adaptaciones Modernas
La década del 60 es fundacional. Como consecuencia de la caída del peronismo, en 1956 la Facultad de Arquitectura de Rosario reemplaza el currículum Beaux-Arts por las experimentaciones formales de la Nueva Bauhaus y los jóvenes graduados experimentan sus primeras arquitecturas imponiendo nuevas imaginaciones estéticas. El programa auto-impuesto era la expansión del legado moderno para las realidades tecnológicas y culturales del medio local. Este desafío activó una particular sensibilidad compartida: un eclecticismo moderno que generó posiciones irreductibles: seguir a uno u otro maestro era definir un lenguaje desde el cual reinterpretar el canon moderno. En aquellas reinterpretaciones, la trama urbana rosarina fue el diagrama que condicionó las nociones abstractas: localizó la producción en un régimen urbano particular, determinó escalas y proporciones.
Augusto Pantarotto representa una civilidad posible para la arquitectura local: edificios generosos que construyen ciudad sin renunciar a sus intenciones disciplinares. El Edificio Luz y Fuerza (1967) se ancla en el lenguaje plástico del trabajo brutalista de Le Corbusier, pero aquí la “promenade architecturale” es proporcionalmente estructurada a presión en la trama rosarina. Los edificios de Pantarotto son macizos, arriban al suelo con peso. En las plantas bajas, secuencias espaciales socavan la masa para proponer urbanismos interiores como extensión del paisaje urbano. Llenas de aire, las coreografías espaciales internas replican las miles colisiones volumétricas que percibimos inmersos cada día en el paisaje cotidiano. Es como si el paisaje urbano rosarino hubiera sido interiorizado y vaciado, conceptualmente invertido, como un guante dado vuelta.

Jorge Scrimaglio es extremadamente importante para las nuevas generaciones, sus sistemas lógico-materiales funcionan a construcción pura: son máquinas arquitectónicas radicales. La Casa Lavalle (1968) es un esfuerzo en adaptar la mitología Wrightiana de vistas horizontales y diagonales abiertas a realidades urbanas y compactas traduciendo el módulo Usoniano a estructuras de ladrillo portante. El terreno se divide en dos volúmenes espaciales: uno para la casa, uno para el patio. El patio está protegido de la calle por un muro perforado. La pared es aquí un sistema lógico cuya unidad aritmética es el ladrillo; una operación de sustracción materializa aperturas dentro del sistema. El ladrillo ausente duplica el trabajo del que queda en posición, haciendo el peso del muro más aparente. La casa detrás del patio es una sólida pila de ladrillos dónde los espacios han sido excavados: estamos entre, sobre o bajo ladrillos. Las escaleras exteriores comunican los volúmenes y las terrazas conformando un intrincado circuito. Comprimidos al máximo, los volúmenes quieren escaparse de su contenedor. Formalizando las fricciones de cada centro de manzana rosarino, la Casa Lavalle es un mecanismo de precisión que multiplica las posibilidades espaciales de su pequeño lote.

Aníbal Moliné influye desde su obra profesional y desde su labor docente. Su Escuela Aricana (1968) representa una apropiación de la arquitectura de Alvar Aalto y propone una doble transposición tipológica: el patio mediterráneo transformado por Aalto en halles interiores es aquí traducido en terrazas que traen articulaciones urbanas de centro de manzana hacia un calibrado lobby al nivel de calle. Los volúmenes espaciales del auditorio y la biblioteca, comprimidos entre medianeras, emergen para crear el aterrazamiento. Hay una fluidez espacial continua desde el patio, el espacio vertical del lobby y los comprimidos espacios de las circulaciones horizontales: estos son espacios excavados al interior. Esta innovación tipológica imagina espacios públicos en los centros de manzana: propone caminar por terrazas, cruzar muros medianeros.
