Los 70 de la Generación del 60
041 Revista de Arquitectura y Urbanismo (8): 1, Rosario,
Colegio de Arquitectos de la Provincia de Santa Fe Distrito 2, 2010

La ambición presentada por las obras del 70 de la generación del 60, demuestran la culminación de una búsqueda intelectual iniciada en la famosa “Escuela de los Porteños”, la revolución académica que significó la Escuela de Arquitectura y Planeamiento comenzada en Rosario en 1956 bajo la dirección del Arq. Jorge Ferrari Hardoy.
Los arquitectos rosarinos que solidificaron su práctica profesional en la década del 70, participaron como alumnos de aquella escuela organizada en base a talleres verticales de diseño, con pedagogías de experimentación material y formal influenciadas por el “Modelo Ulm” de la Nueva Bauhaus de Tomás Maldonado. Ese momento de la escuela fomentó entre los participantes una acalorada y explicita discusión respecto del legado de los maestros modernos (principalmente la obra madura de Le Corbusier, Wright, Aalto y Mies) y su posible apropiación a nuestras realidades tectónicas y constructivas. La búsqueda era la de una aproximación a una modernidad local.
Se trataba entonces de ser modernos, pero a nuestra manera. La historia de la modernidad latinoamericana está signada por nuestros procesos de modernización incompletos y fragmentarios, digamos que la estética llegó antes que la técnica. Y entonces no sólo fue forma: la arquitectura moderna se presentó como una opción explícita para estos jóvenes que practicaban sus primeras obras signados por la fe en el progreso y las promesas de industrialización.
La tensión que marca su producción arquitectónica es la que oscila entre el deseo de reafirmar las poéticas de los grandes maestros modernos y la ambición de generar una originalidad basada en experimentaciones tectónicas locales. Ya no más el revoque pintado de blanco como única definición de modernidad, aparecerán nuevas texturas, colores y reflejos metálicos multiplicando la paleta de materiales a disposición. Respecto de las imágenes de la obra moderna norteamericana, ciertos materiales fueron reemplazados: el hierro imposible se transformará en hormigón, aumentando espesores en el proceso, cambiando ritmos y módulos constructivos. El ladrillo mampuesto adoptará disposiciones más cercanas a construcciones en seco o estandarizadas. Programas y proporciones serán traducidos a las posibilidades de configuración y densidad del lote medianero rosarino. En fin, se trató de una verdadera transposición formal, una re-elaboración conceptual desde el centro mismo de la disciplina arquitectónica.
Alejándolos de los significados institucionales a los que comúnmente se los relaciona, quisiera apropiarme de dos conceptos para desarrollar el nudo conceptual de las obras presentadas en estas páginas. Para que exista una escuela, primero tiene que existir una generación. Me explico: es la voluntad de una generación lo que posibilita la gestación de una escuela. Una generación no es homogénea, es un diálogo en disenso: distintas maneras de hablar y pensar sobre lo mismo. Estos jóvenes arquitectos, practicando sus primeras arquitecturas en los 60 y madurando en los 70, en un trabajo de enriquecimiento mutuo, se miraron unos a otros, observando técnicas, mecanismos y estrategias. Esto es lo que hace la gente que comparte un oficio.
Construir un discurso sobre la producción propia es un trabajo intelectual. Más aun, cuando uno se acepta parte de una generación, uno toma lo que comparte y lo que no, repitiendo o transformando, en dialogo y en fricción con y contra el trabajo del otro. Cuando la búsqueda madura, se arriba a un momento en el que las articulaciones formales, estructurales y espaciales se canonizan: esto es lo que llamamos una escuela. Así es como se construye una disciplina.
(Una escuela no es un estilo, ni una tendencia. Un estilo solo permite variaciones sobre un mismo tema. Una tendencia lleva la ideología en la solapa. En ambas no hay disenso, solo pertenencia a un club.)
La formación de una escuela no es un desarrollo lineal ni de intensidad uniforme. Una escuela se forma en base a una secuencia de puntos altos: momentos históricos que crean condiciones para la innovación. El interés crítico residirá en señalar aquellos momentos en los que soluciones usadas en el pasado son resueltas con nuevas intenciones y se integran en nuevos patrones de pensamiento arquitectónico.
Las escuelas son resultado de influencias entre invenciones individuales, del trabajo sobre tipologías locales y normas tecnológicas, y de una búsqueda intelectual por el momento en el que forma, función, estructura y significado se relacionen con convicción. Es por esto que la obra publicada aquí resulta contemporánea y necesaria: su espesor arquitectónico nos incita en estos tiempos faltos de un proyecto cultural para la disciplina.
Obras publicadas: Sede Aricana y Vivienda Maidagan/ Hilarión Hernández Larguía, Rufino de la Torre, Aníbal Moliné. Casa Garibay/ Jorge Scrimaglio. Edificio Ámbito III/ Jorge Rosado/ Carlos Serra/ Josee M. Cuesta. Edificio Solar III y Casa Camp/ Augusto Pantarotto. Casa de Departamentos/ Hermes Sosa/ Olga Giustina/ Enzo Cavallo.