La Arquitectura es…

Juan Manuel Rois
3 min readNov 26, 2021

A&P Continuidad, Publicación Temática de Arquitectura
Facultad de Arquitectura Planeamiento y Diseño (Año 2 No 2): 88–99, Rosario, Junio, 2015

La Arquitectura es un misterio para mi.
Será por eso que paso tanto tiempo en sus alrededores, persiguiendo aquello que no logro nombrar.

Fue hace muy poco que empecé a entender aquello que pensó Goethe, la arquitectura como música congelada. Me bastó una clase sobre las relaciones entre notas musicales y proporciones matemáticas para ubicar la precisión de aquella frase. Geometrías, medidas, ritmos, temas, contrapuntos, acentos; aquello que en la música se desarrolla en el tiempo y en el espacio, en arquitectura se desarrolla en simultaneidad acogedora, inmersiva. Hegel, otro gran alemán, ubicó a la arquitectura en el pináculo de las artes, la única incluyendo a todas las demás. Más allá de este idealismo narcisista, me interesa una interpretación posterior, la marxista -materialista histórica-, que ubica a la arquitectura dentro del entramado de prácticas de transformación del territorio, evidencia de los procesos económicos, cada vez más turbulentos, de la economía capitalista. Esta interpretación, la última gran interpelación a la historia, da a lo construido espesores culturales profundos.

Viví muchos años inmerso en la arquitectura sin saberlo. Recién en la facultad (ya en cuarto año), desarrollé una mirada crítica sobre mi entorno. Fue gracias a otras lecturas que entendí la forma insidiosa con la que la arquitectura trabaja sobre los cuerpos y los hábitos. Walter Benjamin alerta sobre nuestro estado de distracción permanente respecto a la arquitectura; la recorremos, la habitamos, la usamos, sin que ella se nos presente en primer plano; retrocede para enmarcar aquello que nos sucede. Michel Foulcault nos avisa lo peligroso de esta distracción, porque la arquitectura nos confina, nos disciplina; establece rutinas, hábitos, comportamientos. El poder de las instituciones se manifiesta en edificios, algunos nos excluyen demostrándonos su inaccesibilidad, otros nos seducen con encantos para convertirnos en sus prisioneros voluntarios.

La ciudad es tal vez nuestra construcción mas inteligente; la damos por sentada y se nos va a terminar de escapar. Nuestra pretensión megalomaníaca de controlarla, nos ubica del lado de la inoperancia más absurda. A la ciudad la construyen otros, la estudian otros y la transforman otros. La ciudad no es una colección de arquitecturas, es la construcción de nuestro entendimiento profundo del paisaje. Nos hacemos en un paisaje (es decir, en una mirada cultural a un territorio) y construimos infraestructuras para transformarlo. La arquitectura manifiesta un entendimiento trans-escalar en un continuo que empieza en el territorio y pasa por el paisaje para terminar en la ciudad y sus espacios públicos y domésticos. La manera en la que estamos enseñando urbanismo está profundamente equivocada; pagaremos un costo muy alto por ignorar los problemas de nuestro tiempo.

La enseñanza y la profesión de la arquitectura llenan mis días, es mi forma política de encajar en este momento contemporáneo tan complicado. Si bien a veces bromeo que el cine o la música me interesan más que la arquitectura, lo que reúne mis pensamientos son los proyectos y ejercicios de arquitectura. El momento público de la arquitectura, su puesta en escena, es lo que más me atrae; el momento de pensamiento y transmisión, compartido con clientes, constructores o alumnos, en conversaciones francas y honestas. Es un momento positivo que me salva de mi nihilismo. La arquitectura es el lugar donde deposito mi optimismo de la voluntad.

La arquitectura es también mi recuerdo más doméstico y la sensación más sublime. De mi infancia viene la casa de mi abuelo, estoy sentado en la silla de chapa perforada blanca, en el rincón del patio con tapial bajo al norte de la casa chorizo, con las manchas de luz y sombra de la parra en el piso de baldosas rojas y amarillas, mirando siempre aquella pieza que rompía el dibujo, escondiendo un tesoro secreto imaginado. Las lecturas de Poe y Salgari no eran en vano, la incomodidad de la baldosa al revés era demasiado evidente para ser sólo azar. Mucho tiempo después, en una tarde de invierno en Plano, Illinois, encerrados en el silencio absorto en el que tres personas contemplábamos, desde el interior abstracto de la casa Farnsworth el río corriendo detrás de las ramas de los árboles, descubrir de cerca una vaquita de San Antonio trepar el alma interior de una viga doble T blanca me estremeció de una manera que sólo una sinfonía de Mahler haría años después.

Juan Manuel Rois, 2015

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