Histeria de un Septiembre en Negro
En: MONTONI, Pablo, RICCI, Georgina, SIEGRIST, Lila (Eds.) Anuario. Registro de Acciones Artísticas Rosario 2014 Ediciones Yo soy Gilda: Rosario, 2015, 260–261

El edificio a simple vista está intacto, solo que ahora está pintado de negro. Según la seguidilla de pericias cuasi-judiciales, el museo estaba pintado antes también. Al saber esto, la discusión entonces se torna eminentemente estética: el negro todavía significa para muchos algo distinto que el beige claro. Debo decir que a mi me gusta mucho más como está ahora y si pudiera lo dejaría en negro. Podría ofrecer razones meramente pragmáticas: recién lo acabamos de pintar y repintarlo saldría aún más plata. Por cuestiones de preservación: estaríamos cada vez más lejos de la capa material original. Mientras menos pintura, más conservación.
Doy mis razones principales para defender este nuevo color. La primera tiene que ver con la impronta pública desde la diagonal en ochava amplia de la esquina de avenida y boulevard: gracias al nuevo contraste cromático ofrecido por el fondo oscuro se recorta muy elocuentemente el contorno de un frontis clásico resignificado en figura contemporánea: es ahora un comentario acerca de un pretendido frontis clásico en un edificio supuestamente emblemático de nuestra modernidad anti-académica. Mi segunda razón tiene que ver con los costados. Creo que este color resuelve el problema de casi 90 años creado por este edificio mal ubicado. Si agregamos algunas estructuras de cables para que crezcan unos jazmines y unas santa ritas en los costados este y oeste y si dejamos que una hermosa enamorada del muro trepe por la pared sur, tendríamos finalmente un edifico integrado con su jardín y el museo sería finalmente parte del Parque Independencia al que le ha dado la espalda por tanto tiempo. Si estas dos razones no alcanzaran, podríamos imaginar otras? Por ejemplo: Si finalmente todo el mundo quiere tener un auto negro, por qué la ciudad no podría tener un museo negro? Se me ocurren slogans para la campaña de indignación cuando empiecen a pintarlo nuevamente de beige claro.

La mayor sorpresa de septiembre no fue el nuevo color. Lo que sorprende es que todavía haya gente que se escandaliza por estas cosas. Justo cuando creíamos que lo habíamos visto todo, que estábamos tan saturados de imágenes de gente decapitada por internet que no había nada que nos sacudiera, a alguien se le ocurre pintar un edificio de negro. En 1917 R. Mutt presentó un mingitorio a un premio de esculturas en París, su obra fue rechazada y con eso Marchel Duchamp armó un famoso escándalo. Las estrategias son las mismas. Y uno creía que las vanguardias estaban acabadas.
Yendo a la intervención en sí, pienso si el negro debía ser aplicado tan brutalmente sobre la superficie. Entiendo que los presupuestos del arte público en Argentina son acotados, y que tal vez recubrir el edificio con plástico negro hubiera sido además de caro, derivativo de las instalaciones de Christo. Pero el plástico negro dejaba al edificio como estaba, un poco descascarado de pintura vieja, y le daba un carácter de obra en construcción (para una muestra llamada Ampliación no está mal la idea) o por lo menos le daba un tono de regalo sorpresa perverso. En los años cincuenta, cuando Lucio Fontana luchaba por crear directamente en el espacio rompiendo los paradigmas de la representación, su amigo Yves Klein imaginaba pintar con luz azul el obelisco de la Place de la Concorde. Cuando lo imaginó era una tarea técnicamente improbable. La obra se consiguió sólo veinticinco años después y el no llegó a verla. No sé, me parece que un tarro de pintura es algo demasiado al alcance de la mano. Ahora, pintar con luz negra un edifico hasta hacerlo desaparecer, ese si que es un proyecto que me gustaría llevar a cabo.
Desapercibidas para el “gran público”, entretenido en la discusión sobre el recubrimiento superficial exterior, la muestra Ampliación incluía obras dentro del edificio. De todas ellas me detengo en tres, porque vi en ellas una búsqueda similar: un trabajo que encuentra profundidades gracias a la insistencia en la superficie. El mural de Pablo Siquier en una de las grandes paredes centrales del recorrido perimetral trabaja con la ilusión perspectívica para abrir el salón hacia el interior profundo de la pared blanca. Si bien el juego es perspectívico, la ilusión no es figurativa, es abstracta; no crea la ilusión de otro espacio mas allá de esa pared que se quiere borrar como límite, por el contrario, esta pared tiene ahora más materialidad que antes, sólo que ahora contiene un espacio blanco profundo, casi infinito. De casi mayor tamaño es la obra que mejor ha representado el turbio espacio líquido interior del Paraná; el lienzo marrón de diez metros de largo por dos metros de ancho de Margarita García Faure nos devuelve las turbulencias superficiales y ocultas de nuestro río gracias a un minucioso trabajo puntillístico de colores aplicados al movimiento de olas y correntadas. Y finalmente, una de las obras más chiquitas y silenciosas de toda la muestra. Unas polaroids monocromáticas de Andrea Ostera que muestran su casa de noche. Robo el comentario de una de sus hijas frente a la obra: Mamá, no se ve nada! Ostera explica que es de noche. Su hija contesta, con un sutil manejo de la ironía: Que profundo mamá! (Si, las polaroids son negras.)
Juan Manuel Rois, 2014