Harvard Report: Semana 10

Juan Manuel Rois
5 min readAug 8, 2022

Fall Semester 2012. Cadena de mails. Inédito

Algunos encontronazos en el estudio me hacen pensar sobre diferencias disciplinares entre paisajismo y arquitectura. La predisposición del proyecto de paisaje a su implementación a largo plazo, su insistencia en los regímenes de mantenimiento lo diferencian del proyecto de arquitectura, que se piensa implementado una única vez en su totalidad (construcción). El arquitecto controla el todo, un edificio de alguna manera requiere una intervención unitaria. El paisajista, es más episódico, derivación de la tradición pintoresquista. Esto se traslada a una interpretación de las escalas mucho más dispersa. Para el arquitecto, las escalas representan aproximaciones al mismo objeto desde miradas cada vez más precisas, las escalas están imbricadas unas en otras como capas de una cebolla. Para el paisajista esto no es así, cada escala puede contar una historia distinta. La intensidad de lo proyectado es distinta también. En arquitectura no tenemos ningún problema con lo artificial, es más, celebramos la construcción de lo abstracto, el artefacto. El paisajista sostiene un mito romántico de acercamiento a lo natural: mientras menos se formalice, mejor. Lo que se entiende por proyecto también es distinto, el paisajista planta un par de arboles y se queda tranquilo, está más cerca de la forestación que de un proyecto.

En el momento contemporáneo, la insistencia en el proceso (ecológico o técnico) tiende a la eliminación de la geometría en el proyecto, en pos de una representación de la implementación o de la entropía misma. Esta demora en determinar la figura es un malentendido que imposibilita la organización formal. No hay proyecto sin organización formal. Por otro lado, este des-entendimiento de la designación formal permite un escape narrativo: como no hay plantas, la gráfica es episódica y desconectada entre escalas, sin continuidad de sitio o tiempo, se sostiene un argumento más literario que proyectual. La gráfica impresiona, es verdad, pero cuando uno mira en profundidad, no hay nada.

En relación al ejercicio que estamos haciendo, creo que la insistencia en la manipulación topográfica como fundamento del proyecto no le hace nada bien al argumento del paisajismo como práctica urbana. Por otro lado, la insistencia en el manejo de los flujos hidrológicos en un área que es prácticamente un colador –una duna, suelo arenoso, gota que toca el suelo se va derecho para abajo- le da poco margen de maniobra al alumno que quiere proponer una solución sensible al sitio. Si se suman estas dos presiones a una instrumentación pedagógica que reinventa el proyecto cada dos semanas, el escape a la fantasía está a la vuelta de la esquina. La organización de la pedagogía en segmentos temáticos de dos semanas hace que el alumno arranque de cero cada vez, lo que deriva en dos opciones: En el mejor escenario, el proyecto acumula una serie de episodios desconectados que sólo en base a una reinterpretación retroactiva llega a tener coherencia. En el peor de los casos, elementos que costaron mucho conseguir son tirados por la borda sin más. Es difícil enseñar y sostener un proyecto de esta manera. La insistencia en la presentación del proyecto en forma pública y constante coloca los esfuerzos del alumno en la retórica y no en el proceso de diseño: el proyecto se convierte en una actividad teatral.

Siendo brutal en el diagnóstico, el Paisajismo atrasa 20 años. No tiene teoría propia y deriva su discurso de los restos del discurso de la arquitectura. La fascinación con el proceso, que algunos creen arrancó con James Corner, la inventó Peter Eisenman hace 40 años. Además, hace poco descubrieron que Rhino es bueno para topografías (porque en realidad es bueno para modelar olas) y recién descubrieron las fresadoras digitales: los alumnos hacen hoy maquetas que se hacían en Columbia en la época de Bernard Tschumi, a mediados de los 90. Maquetas que en realidad no tienen nada que ver con los proyectos. Un formalismo reprimido, que necesita de razones ecológicas para sostener su fascinación por las geometrías digitales. La sublimación de lo formal en un fetichismo del proceso ecológico.

Hubo una linda conversación entre Joan Ockman y Michael Hays. El motivo: el libro sobre los 300 años de enseñanza de arquitectura en Norteamérica. Editado por Ockman, el libro relata en forma cronológica y temática, el desarrollo de las instituciones de enseñanza. Empezando por la relación discípulo/maestro de la tradición medieval inglesa, tradición itinerante de la que derivan las escuelas informales basadas en el culto al maestro, como la de Richard Neutra en Los Ángeles y los Taliesins de Wright. Las primeras escuelas en Estados Unidos (University of Illinois en Urbana/Champaign, la primera en 1867) siguieron la tradición del Politécnico Alemán, que establece a la arquitectura claramente dentro de las ciencias, con énfasis en matemáticas y física. Este modelo fue reemplazado paulatinamente por la École de Beaux Arts, que trae el atelier, los concursos, los jurados, el artista individual y por supuesto, las formas clásicas de composición. Los primeros estudiantes fueron a París y a su vuelta armaron escuelas y programas aquí: Louis Kahn fue educado académicamente en UPenn. Esta historia sigue con la influencia de la Bauhaus en los Estados Unidos. En realidad, de las muchas Bauhaus: la de Albers en la Black Mountain College (1933), la de Gropuis en Harvard (1937) y la de la de Mies en el IIT (1938) con la imposibilidad de mantener el modelo pedagógico politizado europeo en la realidad pragmática americana. La conversación anduvo por estas tradiciones, Politécnico, Ecóle y sus derivaciones contemporáneas: Politécnico en los research studios y digital labs, la École en la tradición del estudio-taller y la geometría digital, y el énfasis en la construcción en escuelas como el Rural Studio o en la primer SCIArch.

Dado que muchos de los presentes en la sala (Hays, Scott Cohen, Mostafavi, Kwinter) están imbricados en la historia reciente, la reseña se mantuvo diplomática y llegó sólo hasta los años 40. No hubo mención de los Texas Rangers (Rowe-Hejduk) y sus derivaciones posteriores en la Cooper Union o Columbia, hasta los Paper-Less Studios de los 90. Alguien de la audiencia osó nombrar a Peter Eisenman y su Instituto de Estudios Urbanos y casi derrapa la conversación. Alguien más se atrevió a plantear el exceso de teoría en las escuelas americanas, lo que dio pie a Joan Ockman a explicar la tradición crítica en el discurso arquitectónico como algo reciente, gracioso teniéndolo al lado a Michael Hays, uno de sus inventores. Hays defendió la posición de la teoría en la enseñanza de la arquitectura y su influencia en la pedagogía con su precisión habitual. Fue el que mejor estuvo, guiando la discusión desde lo que presentó como la ansiedad que detecta en la pedagogía contemporánea, con las herramientas digitales, poniendo en tela de juicio la tradición perspectívica, que inventó y sostuvo la disciplina arquitectónica todo este tiempo. Los momentos de crisis de la arquitectura son los que ponen en tela de juicio el aparato perspectívico, dijo, y estamos en uno de esos momentos. Entre otras cosas, defendió la “fuzziness” (lo borroso, lo impreciso) de lo analógico en contra del exceso de determinación de lo digital. Lo borroso deja lugar a la imaginación.

Este animo revisionista , casi nostálgico, se explica porque la escuela cumplió 75 años el año pasado. Además, el decano, Moshen Mostafavi está por presentar su libro “Instigations”, que es la historia de esos 75 años. La gente acá tiene una alta estima de la historia de esta institución y entiende su influencia desde un punto de vista narcisista y arrogante. No tienen problema en llamarse en público la mejor escuela del mundo y se ven como la continuación de una tradición. Acá no hay fantasmas, en Arquitectura Gropuis y Sert siguen vivos por los pasillos; en Paisajismo, Olmsted le susurra a Waldheim al oído.

(2012)

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