Danza
Revista Inquieta (Año 7 No 12): 28–29, Rosario, Noviembre, 2016.

En 1979, tres artistas del minimalismo americano colaboran para desplegar sus estrategias de repetición y variación en una combinación en la que música, espacio y danza se interrelacionan con potencia hipnótica. La pieza se llamó simplemente Danza, y podría haberse llamado Música o Espacio. En esta pieza colaborativa, la coreógrafa Lucinda Childs trabaja con la delicadeza de los más simples movimientos corporales en patrones repetitivos al ritmo de la acumulación matemática de la partitura de Phillip Glass, ambos despliegues ocupando estratégicamente el espacio seriado de Sol Lewitt.
En el año 2009, al cumplirse treinta años de la primer puesta de esta obra, el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago organizó su reposición limitada. Seducido por la capacidad narrativa abstracta de la danza contemporánea (mi fascinación había comenzado con Kiss de Susan Marshall: en un simple escenario oscuro, sogas y arneses a la vista producen la maravilla del vuelo lento de una pareja que se desintegra y reconstruye en círculos en el aire bajo la letanía sonora de Arvo Pärt), me intrigaba la participación de Sol Lewitt en la colaboración. Intuía que el escenario dejaría de ser ese espacio abstracto sin delimitación clara, que con un astuto manejo de la iluminación se abre al despliegue de los cuerpos. Imaginaba que Lewitt serializaría la espacialidad del escenario; no imaginaba que la serialidad sería precisamente el instrumento liberador de todas las resistencias espaciales conocidas.
Sol Lewitt propone tenues haces de luz blanca sobre el escenario negro. Los bailarines se desplazan por esas oscuras zonas de luz, uno detrás del otro, en línea, reproduciendo sus movimientos con pequeños desfases temporales, siguiendo los ecos y duplicaciones de una música maravillosa y etérea. Una proyección reproduce la misma danza realizada en una sala de ensayo de piso blanco con grilla ortogonal negra. La proyección reproduce el punto de vista del espectador, duplicando los bailarines (hombre y mujeres vestidos de blanco) que bailan ahora unos con otros. Los cuerpos proyectados crecen paulatinamente con acercamientos de cámara y finalmente los cuerpos reales entran en los proyectados. Los cuerpos giran todo el tiempo, pocas veces se detienen, el movimiento es continuo, entran y salen del escenario, se acercan y alejan entre sí. La proyección ahora pasa arriba de los movimientos del escenario, reproduciendo en vista frontal lo que sucede adelante en tres dimensiones. La cámara toma vuelo y la proyección ocupa todo el escenario, el piso grillado de la sala de ensayo se convierte en el piso del escenario, las figuras geométricas creadas por los movimientos de los bailarines giratorios se hacen mas evidentes: círculos, cuadrados, que ahora vemos en dos puntos de vista, el nuestro y el aéreo de la cámara, sutiles deformaciones geométricas juegan en perspectiva entre lo proyectado y lo bailado. La proyección cambia nuevamente y ahora los cuerpos habitan una axonometría; atrás y adelante es ahora arriba y abajo. Las proyecciones finalmente se multiplican: ahora son dos o tres, mostrando movimientos seriados desde proyecciones paralelas en ordenamiento desplegado Monge. Los cuerpos viajan entre sistemas de representación arquitectónicos en un delirio que no me dejará más.