Chicago: Dos o Tres Mies
Michigan Papers. 19 de Septiembre de 2016

Vinimos a Chicago a la fiesta de inicio de año para docentes y staff de la Escuela de Arquitectura de UIC, mi vieja escuela. Una fiesta especial, la despedida, luego de 20 años en la escuela, de un gran profesor, amigo y colega, Xavier Vendrell, ahora Acting Director del Rural Studio de la Auburn University en Alabama. La secretaria de la escuela, una buena amiga, sabiendo que estábamos en Ann Arbor nos invitó en secreto y llegamos a tiempo a sorprender a todos.
La reunión fue en el Lake Shore Drive de Mies van der Rohe. En el 840, es decir “el bueno”, el original de 1948, de estructura metálica, con los famosos perfiles T “falsos” que funcionan como signo del “verdadero” perfil estructural interior recubierto en hormigón por requerimientos del código de incendio. Siempre miré a este edificio de afuera, comparándolo con el de enfrente, donde yo vivía, el que llamo “el malo” de 1954, el que no sale en los libros de historia, de estructura de hormigón armado y carpintería de chapa doblada, ya verdadero “courtain wall” industrial.
En “mi edificio”, el mullion de la carpintería exterior es una simple extrusión de chapa, y podría haber tomado cualquier forma, pero Mies no pudo hacerlo de ninguna otra manera que con forma de perfil T. Un signo de una ausencia, ya que ahora con estructura de hormigón, ni siquiera adentro de las columnas está aquel perfil denotado. La recurrencia del signo.
Cada vez que llegaba a casa miraba el edificio y pensaba cosas. Algo que te hace hacer la buena arquitectura. El de enfrente, el bueno, está a ras, con una precisión sin espacio para ajustes, la carpintería mínima de aluminio anodizado ocupa el espacio entre las luces estructurales de las columnas recubiertas en metal pintado de negro. En cambio, mi edificio daba la impresión de estar todo inflado, lleno de aire: la carpintería claramente cuelga por fuera y llega a un cielorraso de yeso suspendido, que para más infamia, tiene un reborde para dar espacio a tuberías y ventilaciones. Infamia aún mayor, las columnas de hormigón armado se recubren de chapa conformada, suelta como una falda grande. En mi edificio, tocás con los puños y suena hueco; cruzás la calle, tocás el otro edificio y todo es macizo. Lleno. Real.
En los ocho años entre un edifico y otro, Mies dejó atrás la experimentación artesanal; dejó de estar delante de la industria, que se acercó y ofreció soluciones a sus problemas. Cuando la cosa estuvo clara, el estudio de Mies creció y se convirtió en una práctica corporativa: en Chicago hay unos veinte edificios cortados casi todos con el mismo cuchillo: el de la oficina de Mies, que ya para entonces tenía unos cuantos empleados.
No había entrado nunca al edifico “bueno”. Subimos al departamento de esquina en el piso 19, mirás todo y sólo podés ver las fotos famosas de ese mismo lugar. Pero hay cosas distintas: el piso negro, la alfombra negra, los muebles de diseño, desdibujan la austeridad del espacio miesiano; la casa donde estamos es de unos profesores de la escuela, y Bob Somol, el director, se ve obligado a anunciar en su discurso a los docentes que no se crean que esto sea estándar habitual, que los sueldos son mucho más austeros. Este departamento además son dos: casi la mitad de la planta del edificio. Al juntar dos unidades el living es largo, con un ventanal con dos esquinas, una hacia el lago, otra hacia la ciudad. Volviendo al barrio, semidormido en el tren, pienso que no me gustaría vivir en un museo. Ni siquiera en la cocina me sentí en un espacio doméstico. Del espacio interior de Mies no quedaba nada.
A la noche siguiente nos encontramos con Xavier, ya para cenar en casa de amigos, en otro Mies, uno muy posterior, casi entrados los 60, de estructura de hormigón y cerramiento de aluminio. Aquí las paredes son blancas, las bibliotecas, los muebles, la cocina, dan tranquilidad de espacio doméstico, habitado por gente normal. Llegamos de noche y no podemos disfrutar la vista al lago y el perfil de la ciudad desde el norte del Lincoln Park, la ciudad es un espectáculo de luces a distancia.
Finalmente los edificios de Mies son la vista que permiten. Con los dueños de casa charlamos del sistema de calefacción y aire acondicionado central, caños que corren en el espacio técnico vertical encontrado entre el fin de la losa y la carpintería exterior; miramos los artefactos originales, exactos a los del departamento donde viví tres años; reconozco mis muebles metálicos de cocina “Republic Steel”; hablamos de abrir ventanas y que se te vuele todo (yo vivía en el piso 27, este es el 29); hablamos de las constelaciones que arma el hielo cuando se junta en los vidrios (del lado de adentro). La gran diferencia es el tamaño, mi departamento entraría cinco veces en este. Yo tenía la unidad de fondo de pasillo, sólo cuatro ventanas, el espacio entre columna y columna.
Otras diferencias: las proporciones de estas ventanas son cuadradas, las “mías” eran verticales. Este edifico es blanco, de aluminio anodizado con vidrios claros. Mi edificio era negro: carpinterías negras, columnas negras, vidrio negro. De noche desaparecía. Noto que en el edificio blanco los vidrios blancos de la planta baja iluminados desde atrás no contrastan tanto; ese mismo sistema lumínico en mi edificio negro creaba una linterna urbana con la potencia de una obra conceptual abstracta.
En el sistema Mies, las diferencias son de este tipo: mínimas variaciones en proporciones, sutiles cambios en texturas materiales, que con pequeñas acumulaciones llevan todo a lugares estéticos opuestos a los iniciales.
Juan Manuel Rois. 2016